El subte para en estación Lima. Se abren las puertas e ingresa una melancólica melodía de violín, interpretado por un artista callejero. De repente, estoy sumergido en una película depresiva argentina sin remate.
El subte queda detenido un momento más de lo habitual.
La melodía comienza a penetrar con sus vibraciones en mi cuerpo.
Cierra sus puertas finalmente para continuar el viaje hacia el infierno, la destrucción, la muerte y el vacío.